Eugenia Londoño, flor encendida en la sabiduría del amor, brotó a la vida en Quito, punto geométrico donde la cruz andina es perfecta, la chuquiragua canta y los pájaros bailotean como anunciando la presencia infinita del Arquitecto sobre los seres.

Masona y libertaria; ave transmutando la cotidianidad en fuego, el trigo en pan, la semilla en jardines y miel. Su rastro será una estela luminosa alumbrando el camino de quienes la conocieron y amaron. Era una flor que nunca dejó de bailar, río pleno cuya generosidad alimentó nuestros sembrados. 

Quienes la amamos recordaremos los instantes en que tomamos gozosos la ternura de su risa, del brillo de sus ojos y su aguda palabra. Ella toda era un mundo, un mundo generoso, feliz y pleno. Un mundo en el que fuimos invitados a la mesa. Un mundo que se queda en nosotros y que no acaba en el trepidar de los bronces anunciando la llegada del carromato con sus ausencias. 

Geómetra de su destino, marco el rumbo que debíamos cruzar, nos enseñó a desaprender y a valorar desde las diferencias y la equidad la belleza de lo femenino.

Visionaria en su vida, levantó en sus íntimos edificios columnas donde el amor, la fe, la esperanza y la caridad sostenían sus utopías. Al igual que el poeta Constantino Cavafis, ella creía que más importante que al destino es disfrutar del viaje. Estaba consciente que la misión de los seres en ese recorrer el ignoto del destino hacia el reencuentro con el Creador, es dar amor y desde el amor construir el edificio donde sean bienvenidos todos.

Eugenia Londoño vive, en el bosque de hombres libres y de buenas costumbres que plantó junto a nuestro querido Jaime Egas Daza. Sus hijos: Jaime, Rubén y Juan Carlos son árboles que fructificaron y levantan sus ramas a la luz.

Eugenia, Eugenia, Eugenia repito tu nombre desde mi oficio de aprendiz, sabiendo que tu presencia nos empapa con la garua de la tarde y que en el final de los finales uno vuelve a las esencias que le han transformado.

Duele hasta el tuétano la partida de una Maestra que nos enseñó a caminar en la justicia de una plomada y cuyo espíritu se irradia, se multiplica en la generosa luz del infinito.

Jaime, querido Jaime, nuestra hermana en la escuadra y el compás, tu compañera de vida es fuego en tu existencia; debes honrarla, como siempre, construyendo con tu oficio de albañil puentes para cruzar a mejores días.

Eugenia es una puerta que nos espera luminosa y que en su momento nos ayudará a cruzar a los antiguos misterios.

Gabriel Cisneros Abedrabbo
13 de agosto de 2022