Hace pocos meces, Esteban Poblete Oña, coordinador editorial de Acacia, presentó las novelas: “Tres cantos fúnebres para Ella” y “Tremolar”, las mismas que son parte de “Tetralogía de Q”.
Ponemos a su consideración el comentario que realizó la escritora Verónica Falconí Gallo, sobre “Tres cantos fúnebres para Ella”.
Por invitación del autor, Esteban Poblete, me honro en comentar su novela TRES CANTOS FÚNEBRES PARA ELLA, acerca de la cual puedo asegurar que su lectura no dejará indiferente a ningún lector. Algo de ella nos transformará. Quizá nuestra mirada por primera vez se detenga en el pensamiento que nos acerca a una vida sin máscaras, a la misma muerte, para tomar conciencia de vivir con ellas, en ellas, de forma permanente.
Mientras eso sucede, el autor nos conecta con lo imaginado, lo real, con el mito, la filosofía, la poesía contenida en los pretéritos orígenes del individuo. Porque somos sombra, corrupción, desvío, error, pero también somos luz, creación, fuerza y amor. Ambas circunstancias se manifiestan con ímpetu en la adolescencia, sobre todo, y se complementan día a día para forjarnos. Si la luz llega a ser la que más trasciende, podríamos pensar que nuestro ciclo de existencia llegó a buen final.
Sus cantos son una alegoría, una necesidad, una pasión por manifestar, más allá de la piel que nos cubre, el deseo y el temor inherentes al ser. Por lo tanto, todos estamos inmersos en similares contextos, pues ninguno es capaz de huir de su destino; es decir, de su camino de vida, desde la infancia hasta la vejez. Para ello debemos transitar el dolor de crecer, amar, sufrir, sacrificar la propia vida, o la ajena, para comprender finalmente hacia dónde nos lleva la existencia, qué es lo que ella pretende con nosotros y, cuando parece que alcanzamos a vislumbrar su propósito, ya es demasiado tarde, en muchas ocasiones.
Cito: “Esos cuerpos se parecen al tiempo, se devoran y absorben, reconstituyéndose en un soplido, perpetuamente. Como la vida, ahí está la muerte, muy adentro, en los misterios. ¿Quién va a descifrarlos?» (Página 51).
Son argumentos claramente existencialistas, pues el mismo hecho de existir justifica la vida de los protagonistas. Ni más ni menos. No hay milagros de por medio. Tampoco la esperanza de soluciones fáciles ni mágicas. Se vive porque así manda la naturaleza humana, enfrentando solos, todo aquello que tenga que llegar. En el proceso nos equivocamos, nos torcemos, nos agotamos y dejamos olvidado el deseo de seguir. O entendemos a tiempo de qué trata el misterio de la vida y nos motivamos con la idea de que vale la pena esa contienda, aún por encima de la nada.
Cito: “La nada me seguía absorbiendo; debía regresar adonde había empezado todo esto o iría a parar a otro sitio, a otra parte sin correspondencia ni asidero –prolongación de la nada-. Iría a parar a cualquier sitio, a empezar algo sabiendo que tendría que abandonarlo arruinándolo todo, nuevamente, una y otra vez” (Página 14).
El autor hace un magnífico tratamiento del lenguaje y del conocimiento, pues su camino transitado largamente por las letras nos ayuda a identificar estrechas coincidencias con ideas y vaticinios acunados en nuestras retinas, en nuestros oídos, y recordar otras lecturas. Por ejemplo, en el tema de las especulaciones de Toulon sobre la casa que habita, sobre lo oscuro y escondido, lo profano y cotidiano de sus vecindades, nos acerca al pensamiento de Cortázar en una de sus obras prominentes: Casa tomada.
Cito: “…Esta casa respira y suena, como si no parara de desperezarse, como si no dejara de tronarse los dedos, el cuello, siempre está sonando, como si se estremeciera dormida. Al parecer, jamás termina de despertar por completo; hay aquí dentro un hálito constante de vigilia y de pasado: más de inconsciencia y recuerdo, o trance de algo que de acción, que de inminencia. Esta es la casa encantada, esa sensación dulce y perezosa, algo un tanto siniestro que persigue a Toulon por donde quiera que vaya, de donde no ha podido salir…” (Página 10).
Asimismo, el capítulo de La Cautiva, nos refiere inmediatamente a Juan Rulfo, a su inolvidable Pedro Páramo.
Cito: “Una se aburre aquí abajo. Pues arriba no estoy, de eso estoy segura. Yo tengo secretos. Arriba una fluye, se confunde con las nubes blancas. Abajo, el peso de toda la tierra del mundo es algo que inquieta, que atemoriza…”.
Esteban Poblete logra sacudir nuestra razón con su obra. No es para cualquier público, no es para cualquier lector. Hay que poner mucha atención al desafío de sus palabras, y sólo quien está dispuesto a aceptar la imperfección, el medio camino que transitamos los humanos, podrá comprender y apreciar su perseverancia, su tesón, por compartir sus verdades. A veces su lenguaje es rudo, quizá algo cruel, para no permitir que durmamos confiados y agradecidos con la vida. Más bien exige atención, ojos abiertos, disciplina, conciencia clara para vivir con dignidad, participando vivamente en todo lo que podemos construir desde nuestra humana condición.
Recomiendo plenamente su lectura. Seguramente no volverán a ser los mismos, pero sí mejores, sí más honestos con ustedes y con la propia existencia.